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El debate sobre los salarios y la productividad en España ha tomado un giro peculiar en los últimos días con las declaraciones del economista Gonzalo Bernardos. Durante una intervención en laSexta NocheBernardos afirmó que «tener tres trabajos está fantástico» y que no debería verse como un problema, sino como una estrategia para llegar a fin de mes.

Esta afirmación ha generado un intenso debate alrededor, ya que implica una visión del mercado laboral donde la estabilidad económica no proviene de la regulación salarial o de la mejora de la productividad, sino de la capacidad de asumir varios empleos y tratar de mejorar las cifras, a golpe de horas extra: algo que, de hecho, podría convertirse en uno de los grandes problemas de España en 20 o 30 años.

A contracorriente

Bernardos justificó su postura, en directo, recordando que su propio padre llegó a desempeñar hasta seis empleos simultáneamente. Aprovechó también para poner de ejemplo a una asistente al plató, Sonia, quien comentó que duplicaba la jornada laboral semanal, trabajando entre 80 y 90 horas.

La postura de Bernardos no es aislada. Recientemente, la CEOE ha manifestado su oposición a la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales, que ya es una realidad. Según la organización de empresarios, si España quiere mejorar su productividad y acercarse a la media europea, no debería reducir su tiempo de trabajo, sino aumentarlo. En concreto, la patronal estima que la jornada efectiva debería situarse en 41,2 horas semanales para mejorar la competitividad.

En esta línea, Lorenzo Amor, presidente de ATA y vicepresidente de la CEOE, ha señalado, en repetidas ocasiones, que reducir la jornada laboral podría afectar a la competitividad de los autónomos y las pymes; sobre todo, a aquellas con los márgenes más ajustados, poniendo de ejemplo a la hostelería.

Durante el intenso debate de finales de 2024 e inicios de este ejercicio, incluso políticos como Alberto Núñez Feijóo mostraron su apoyo a la jornada laboral de cuatro días, pero manteniendo las 40 horas actuales, lo que implicaría jornadas más largas en lugar de una reducción del tiempo total trabajado. En su momento, Yolanda Díaz confirmó que se sentarían en la mesa de diálogo, pese a que finalmente se ha podido reducir a las 37,5 horas. Los choques ideológicos continúan, eso sí.

Más horas, ¿más productividad?

El trasfondo de estas posturas sugiere una menor intervención en la regulación del tiempo de trabajo y una confianza en el libre mercado para determinar cuánto debe trabajar cada persona. Sin embargo, el vínculo entre productividad y cantidad de horas trabajadas es un tema de candente actualidad, así como el control efectivo de los derechos de los trabajadores. Hoy el registro horario digital parece ser la mejor arma de la Administración.

Políticas puestas en práctica en Islandia han demostrado que la reducción de la jornada laboral no solo ha mantenido los niveles de productividad, sino que en la mayoría de los casos los ha mejorado.

El modelo belga, en cambio, que mantuvo horas, como Feijóo señalaba, no tuvo demasiado éxito: solo la acogió entre el 0,5 o 1 % de los trabajadores a finales de 2023. Menos horas no necesariamente significan menor rendimiento, y más tiempo de trabajo no garantiza mayor eficiencia.

Otras naciones, como Alemania y Japón, mantienen la misma postura. Y España no ha sido la excepción, si bien la controversia está servida.

El punto de fricción está en los modelos: por un lado, está la idea de que la solución para alcanzar la estabilidad económica pasa por asumir múltiples empleos o aumentar la jornada laboral. En el otro lado, se sugiere que lo esencial es optimizar el tiempo de trabajo y mejorar las condiciones laborales para fomentar una productividad real y sostenible.

Más allá del escándalo y la lucha por las audiencias, las declaraciones de  Bernardos han servido para reavivar un debate que España aún no ha terminado de resolver: ¿cómo mejorar la productividad sin precarizar los trabajos?

Si bien su afirmación sobre la conveniencia de tener tres empleos puede interpretarse como una estrategia de supervivencia en un mercado laboral incierto, también deja en evidencia las carencias estructurales de un sistema en el que muchas personas solo pueden llegar a fin de mes acumulando trabajos.

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